El Gobierno aparta a los voceros del ‘No’ del eventual reconocimiento político por la firma del nuevo acuerdo de paz. Mientras, la oposición se resiste a dar el visto bueno al recién divulgado documento y lo condiciona a una revisión. El país corre el riesgo de volver a fragmentarse.
Por: Sergio García Hernández
Una movida política del Gobierno, luego de la firma del nuevo acuerdo de paz con las Farc, dejó con las manos vacías a los voceros del ‘No’, que esperaban sacar algún crédito de la negociación.
Desde el presidente, Juan Manuel Santos, hasta el jefe de la delegación negociadora del Gobierno, Humberto de la Calle, han cerrado la puerta a la revisión propuesta por los líderes del ‘No’, y la reunión entre el Ejecutivo y la oposición, para analizar el acuerdo, se canceló.
El mensaje quedó claro para la oposición, sobre todo para el partido Centro Democrático: el Gobierno decidió no debatir, con voceros del ‘No’, aspecto alguno del nuevo acuerdo.
A su turno, los promotores de la reciente negociación se limitaron a invitar a los partidos políticos que representaron al ‘No’ al ‘cónclave’ para definir solo la implementación del documento, y no ningún tipo de cambio.
De esa manera quedó roto el diálogo del Gobierno con la oposición, que ya anunció que no asistirá al cónclave en torno al acuerdo, y el país con el riesgo de volver a fragmentarse.
Humberto de la Calle resumió la posición del Ejecutivo cuando dijo que no hay espacio para una nueva negociación, y aseguró que después de 130 horas de trabajo con las Farc, el documento divulgado es la base sobre la que hay que trabajar.
“No podemos perder tiempo, hay que empezar la implementación”, confirmó de la Calle.
De esa manera, el Gobierno busca un merecido crédito en solitario por el esfuerzo hecho, durante más de 4 años de negociaciones, con el grupo insurgente más importante del país, con el que el Estado libró una guerra de más de 52 años.
El reconocimiento y rédito político se lo quiere llevar, de manera unánime, el Gobierno de Santos.
El Ejecutivo no está dispuesto a compartir los aplausos de la comunidad internacional y de la sociedad colombiana con una oposición que se dedicó a criticar y a entorpecer uno de los principales anhelos de Colombia: el fin del conflicto con las Farc.
Si bien el Gobierno merece el crédito por el admirable esfuerzo, su antipatía en este momento con los voceros del ‘No’, grupo que encabeza el expresidente Álvaro Uribe, puede significar una nueva división en el país.
Uribe, por primera vez en 4 años, no se opuso de forma inmediata a un anuncio de Santos, relacionado con las Farc. Guardó silencio y se limitó a decirle a la prensa que estaba leyendo los acuerdos para pronunciarse.
Esa fue la posición de Uribe hasta el martes 15 de noviembre en la noche, antes de que en la mañana del miércoles 16 de noviembre el propio presidente Santos le cerrara la puerta a un debate, con los del ‘No’, sobre lo pactado.
Hasta el martes Uribe decía “estamos culminando el estudio de los textos, llegar a unas conclusiones con los compañeros del No, y después hablar con el Gobierno”.
La posición del Ejecutivo frente a Uribe tiene de fondo sacar al expresidente de la foto de la victoria de un acuerdo, más allá del debate que pueda generar el tema de elegibilidad política de líderes de las Farc, al que se opuso el Centro Democrático de manera recurrente.
El Gobierno habría podido reunirse con Uribe y voceros del ‘No’. Los negociadores hubiesen podido escuchar las posiciones con respecto al nuevo acuerdo.
En ese punto, y si el ‘No’ insistía en temas imposibles como el negar la participación en política de comandantes de las Farc, entonces avanzar en la implementación de lo negociado mediante el Congreso, en donde Santos tiene mayorías.
Pero la negación del Ejecutivo a reunirse con los del ‘No’ y la renuencia a ‘tragarse’ el reconocimiento de ese grupo, divide de nuevo la política nacional y puede fragmentar otra vez al país que, por causa del plebiscito, vio como su sociedad se polarizó.
El Gobierno juega con fuego. Su actuación termina con los pocos lazos políticos que había creado con la oposición, necesarios para tener un escenario de gobernabilidad favorable, de cara a la implementación del acuerdo de una paz que Colombia merece.
Al 75% de políticos les importa poco si se firma o no la Paz.Ni se inmutan y continúan con el robo y la corrupción. Esperan que las Farc lleguen a ser pragmáticos como ellos: los «valores» se ven en efectivo $. Los románticos que confiamos en una Paz necesaria para la vida económica y política somos los mismos idealistas ingenuos que creemos en la decencia y las buenas costumbres.Confío en que mis nietos tengan más fuerzas que sus abuelos.
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