Prospectiva en Justicia y Desarrollo halló relatos que cuentan los efectos que tuvo el muro de Berlín en la vida cotidiana de los habitantes de la capital alemana. Las narraciones llaman la atención, pues describen situaciones que se vivirían con la construcción que promete el presidente norteamericano. Además, recuerdan el impacto que tiene para una región ser separada por un obstáculo de alambre y hormigón.
Por: Sergio García Hernández
El presidente Donald Trump emitió un mensaje contundente esta semana: su promesa de campaña de construir un muro en la frontera con México la va a cumplir al precio que sea.
De hecho, el dirigente estadounidense firmó una orden ejecutiva para edificar la estructura y aseguró que serán los mexicanos quienes pagarán por esa obra.
Incluso, el portavoz del Gobierno del país de las barras y las estrellas, Sean Spicer anotó que si Trump impone “una tarifa del 20 por ciento a las importaciones, que el año pasado fueron de 316 mil millones de dólares, se recuperarían unos 10 mil millones de dólares anuales, y con eso se construiría el muro sin problema”.
De esta manera, Trump pasa de comentarios a decisiones polémicas en el tema del muro y vuelve real el proyecto de construir la división en la frontera sur de su país.
La posibilidad de que en el territorio estadounidense surja la estructura, que separaría con cemento a México de Estados Unidos, obliga a recordar el impacto que tuvo en Berlín un bloque de hormigón, como el que tiene en su cabeza el presidente norteamericano.
Relatos de personas que vivieron en la capital alemana, cuando su ciudad estaba dividida, invitan a pensar en la mala idea que es construir un muro y los efectos que traería la decisión del nuevo huésped de la Casa Blanca.

East Side Gallery, parte del muro pintada por artistas.
Un muro crea cárceles y resta oportunidades de vida
Las calles de Berlín les recuerdan a sus habitantes que hace 27 años, en su ciudad, un muro los dividía.
Vestigios de la construcción y una zona llamada ‘East Side Gallery’ permiten dimensionar la estructura, aún intacta en algunas partes de la capital alemana, y que sirvió de lienzo para artistas, que con sus trazos conmemoraron la caída de ese amurallado que en el pasado separó.
El ambiente artístico, entrelazado con la historia, en medio de lo sombrío que aún hoy resultan las ruinas del muro en Berlín, fue hace tres décadas una cárcel para los alemanes, como lo constatan algunos relatos, que ponen sobre la mesa del debate los efectos que tienen ese tipo de construcciones, como la que Trump quiere en la frontera con México.
En la Revista de Estudios Sociales de la Universidad de los Andes, Ralf J. Leiteritz, de familia colombiana y quien de adolescente vivió en Alemania Oriental, relata que con el muro ellos se sentían encarcelados política, económica y culturalmente.
“Mientras crecía en Alemania Oriental, anhelaba ver el mundo. Quería visitar a mi papá y a mi familia en Colombia. Hubiera sido imposible para mi mamá y para mí hacerlo hasta que fuéramos pensionados”, narra Leiteritz.
Para quien fuera un habitante de la Alemania comunista, el muro restringe la libertad, situación que en México podrían empezar a sentir los habitantes de frontera con Estados Unidos, cuando lo único que vean sea una estructura que los repele.
Entre tanto, Ricardo Martín de la Guardia, en su artículo La Caída del Muro de Berlín, Veinticinco Años Después, publicado en la revista Cuadernos de Pensamiento Político, escribe que “el muro había hecho de Berlín occidental una isla rodeada de una inmensa cárcel”.
A su vez, menciona una de las razones, que luce similar a la que lleva a Trump a pensar en construir un muro. De la Guardia dice que al comenzar la década de 1960, unas 50 mil personas pasaban cada día del Este al Oeste de la ciudad.
De acuerdo con el académico, lo hacían “para trabajar en las empresas, más numerosas y modernas, instaladas en esta zona, y regresaban a pernoctar a los barrios orientales debido, en gran parte, a que los alquileres eran más baratos”.
Entonces, el muro fue construido para que las personas no salieran de su región y quedaran encarceladas, pese a que al otro lado vivían sus sueños y tenían oportunidades de ingresos. Hoy, Trump piensa el muro para que no entren en los límites de Estados Unidos, personas que buscan otra vida, el ‘sueño americano’. Y aunque la intención es distinta el efecto es el mismo, el muro divide, rompe anhelos y encarcela.
Más allá de la problemática de inmigración ilegal que existe en la frontera de Estados Unidos con México, lo cierto es que el muro de Trump tiene una connotación de retener al que es distinto y apartarlo, de dividir, de imponer una cultura sobre la otra, situación similar a la vivida en Berlín.
Los controles a la ilegalidad los viene haciendo Estados Unidos desde décadas atrás, incluso con obstáculos físicos, pero sin apartar por completo a su vecino con un muro.
Por eso, la construcción del muro en Estados Unidos luce innecesaria para controlar la ilegalidad, y suena más a un capricho como el que tuvieron sectores de la Alemania Oriental, cuando el objetivo no era otro que aprisionar, destruir sueños y borrar una cultura que vivía al otro lado de la frontera.
Así, el muro de Trump se asemeja al muro de Berlín, tan innecesario como humillante para quienes tendrán que sufrir el confinamiento de la estructura de alambre y hormigón.